La noche ha sido iluminada por aquel que es la Luz. María da a luz a la verdadera luz del mundo y da la vida humana al que es la Vida.
No es la cueva de Belén y la visión de su pobreza lo que turba nuestro pensamiento, sino que es el abajamiento del Hijo de Dios lo que desafía a nuestra racionalidad que no tiene cabida para la lógica del Inmenso en el límite y del Omnipotente en la necesidad. Y esta es la sublime lección de amor que Dios confía al corazón del ser humano y la eterna Sabiduría a su razón. La gracia para entender esto es concedida a los pobres y sencillos (Cf. Mt 11,25); y, también, a los puros de corazón, como nos recuerdan las Bienaventuranzas (Cf. Mt 5,8).
De hecho veremos en los relatos evangélicos de los días de Navidad, como esto se manifiesta en la sencillez de los pastores, primeros llamados a la cueva de Belén, y en la búsqueda perseverante de los Magos, cuyos ojos vieron la estrella para seguirla, y cuyos corazones acogieron con obediencia la voz de la Palabra.
Con el nacimiento de Jesús ya no estamos solos, Dios viene a nosotros, habita entre nosotros (Cf. Jn 1,14). Desde la humilde cueva de Belén, inicia el misterioso y doloroso camino de Mesías Salvador que le conducirá hasta Jerusalén, donde cumplirá la voluntad del Padre consumando en la Cruz su sacrificio de amor, para salvarnos. Y resucitado, sigue con nosotros todos los días hasta el final del mundo (Cfr. Mt 28, 20). Por obra del Espíritu Santo, en su Iglesia nos habla con su Palabra, y nos alimente con el pan de vida, la Eucaristía. En su Iglesia sigue caminando con nosotros, acogiéndonos, perdonándonos, curándonos. En ella, especialmente en los sacramentos, se sigue acercando para salvarnos, sigue prolongando su nacimiento para no dejarnos ya, nunca, solos. Así la Navidad inauguró una cercanía de amor que llega hasta nosotros, hasta cada uno de nosotros.
Así nos habla de la Navidad, con su culta expresión, San Pablo VI, como “liturgia inaugural, cósmica e inefable, que celebra el canto de la Alianza nueva entre el Dios de le eternidad y los hombres de la historia, entre el cielo y el mundo, entre la gloria del Reino, todavía para nosotros invisible, y la realidad terrestre, a la vez espléndida y atormentada “(Mensaje “Urbi et orbe”, 25-XII-1974).
En esta realidad nuestra, especialmente atormentada y sufriente por el drama de la pandemia, estamos llamados a acoger y celebrar la Navidad. Una Navidad muy solidaria, especialmente unidos a los sufrimientos de tantos hombres y mujeres y a la entrega ejemplar de cuantos les cuidan y sirven, un dolor y una entrega que marcan e iluminan nuestra más profunda y actual realidad.
Ahí está Jesús, naciendo para todos, cerca del dolor y del amor hecho servicio. Y ahí quiere el Señor que le encontremos y le acojamos. Elevemos nuestra oración por nuestra pobre humanidad, para que sepa reconocer y acoger al Señor que viene a ella, y para que, aunque atravesando una gran prueba, no se sienta abandonada por Dios, dejada de su mano, condenada y sola.
Que la solidaridad comprometida y la sensibilidad tan singular, que son promovidas en nosotros por este momento tan dramático de nuestra historia, sean de ayuda para acoger mejor la lección de amor que Dios nos da, la enseñanza contenida en la cueva de Belén. Así nos lo recuerda Papa Francisco: “Ante el pesebre, comprendemos que lo que nos alimenta la vida no son los bienes, sino el amor; no es la voracidad, sino la caridad; no es la abundancia ostentosa, sino la sencillez que se ha de preservar. En Navidad recibimos en la tierra a Jesús, Pan del cielo: es un alimento que no caduca nunca. En Belén descubrimos que la vida de Dios corre por las venas de la humanidad” (Homilía en la Misa de medianoche, 24-XII-2018).
Sensibles y solidarios, más que nunca, con tantas necesidades y con tantos ejemplos de entrega de los que vivimos rodeados en esta época: Acojamos a Jesús que ha nacido por nosotros de María; y pidámosle que nuestra sufriente Humanidad encuentre en Él el amor que es la luz que rompe la pesada oscuridad de nuestros días.
¡Feliz Navidad 2020!
Jesús Murgui Soriano.
Obispo de Orihuela-Alicante.
Deje su comentario