El papa Francisco responde, en Fratelli tutti, a la pregunta si es posible abrirse al vecino en una familia de naciones señalando el camino que conduce a una fraternidad universal:
- Acoger, proteger, promover e integrar a las personas migrantes y a todos los marginados.
- Desarrollar la conciencia de que nos salvamos todos o no se salva nadie.
- Buscar un ordenamiento mundial jurídico, político y económico que tienda hacia el desarrollo solidario de todos los pueblos.
Una muestra de la verdadera calidad de los países, afirma el Pontífice, se mide por la capacidad de pensar en todos como familia humana.
En la comunión universal cada grupo humano encuentra su belleza.
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«Junto a valiosos progresos históricos, se constata un deterioro de la ética, que condiciona la acción internacional, y un debilitamiento de los valores espirituales.
Ante una crisis del hambre y de la pobreza, que lleva a la muerte a millones de niños, reina un silencio internacional inaceptable.
El aislamiento y la cerrazón en uno mismo o en los propios intereses jamás son el camino para devolver esperanza y obrar una renovación. Es imprescindible la cultura del encuentro.
El panorama mundial hoy nos presenta muchos falsos derechos y, al mismo tiempo, grandes sectores indefensos, víctimas de un mal ejercicio del poder.
Buscamos una nueva red de relaciones internacionales. La desigualdad no afecta sólo a individuos, sino a países enteros, y obliga a pensar en una ética de las relaciones internacionales.
La Comunidad Internacional es una comunidad jurídica fundada en la soberanía de cada uno de los Estados miembros, sin vínculos de subordinación que nieguen o limiten su independencia.
La justicia exige reconocer y respetar los derechos individuales, los derechos sociales y los derechos de los pueblos.
Es preciso una ética global de solidaridad y cooperación para plasmar un futuro marcado por la corresponsabilidad entre toda la familia humana.
Necesitamos un ordenamiento mundial, jurídico, político y económico, que oriente la colaboración internacional hacia el desarrollo solidario de todos los pueblos.
Es necesaria una reforma de las relaciones entre los países y del entramado económico y financiero para que se dé una concreción real al concepto de familia de naciones.
Los artífices de la política internacional y de la economía mundial deben comprometerse seriamente para difundir la cultura de la tolerancia, de la convivencia y de la paz».
Sin muros, sin fronteras, sin excluidos, sin extraños. Así es el mundo que propone el papa Francisco en su última encíclica. Porque al escribir sobre fraternidad universal, la palabra clave es la apertura. Abrir la mente y el corazón nos ayuda a percibir al diferente.
Dios siempre da gratis y la gratuidad, explica el Papa, es actuar sin esperar ningún resultado exitoso o algo a cambio.
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Perder el rumbo
- En los países desarrollados se vive en una contradicción: nos cautivan muchos avances pero no advertimos un rumbo realmente humano. Existen progresos históricos en la ciencia, la industria y el bienestar, pero al mismo tiempo se aprecia un deterioro de la ética, que condiciona la acción internacional. Se echan en falta los valores espirituales y el sentido de responsabilidad. Al final, todo esto produce una sensación general de frustración, de soledad y de desesperación (Cf. Ft 29).
- La situación mundial está dominada por la incertidumbre, el miedo al futuro y controlada por intereses económicos miopes. Una situación en la que nacen focos de tensión que sirven de justificación para acumular armas y municiones. Una situación en la que surgen fuertes crisis políticas, injusticias y en donde abunda una mala distribución de los recursos naturales. Una situación que lleva a la muerte a millones de niños, víctimas de la pobreza y del hambre. Mientras tanto, reina un silencio internacional inaceptable (Cf. Ft 29).
Cercanía y cultura del encuentro
Soñar en otra humanidad
- Los graves problemas del mundo no se corrigen pensando únicamente en la ayuda entre individuos o pequeños grupos, porque la desigualdad afecta a países enteros. La solución pasa por una nueva ética de las relaciones internacionales. La justicia -puntualiza- exige reconocer y respetar los derechos individuales, pero también asegurar el derecho fundamental de los pueblos a la subsistencia y al progreso (Cf. Ft 126).
- Es posible soñar en otra humanidad si en el centro de los derechos se pone la dignidad humana. Es posible anhelar un planeta que asegure tierra, techo y trabajo para todos. La paz real y verdadera es posible si se construye desde una ética global de solidaridad y cooperación, de corresponsabilidad entre toda la familia humana (Cf. Ft 127).
Una familia de naciones
- Para que se dé una concreción real al concepto de familia de naciones, hace falta una reforma de las relaciones entre los países y del entramado económico y financiero. El Papa pide evitar imposiciones culturales o el deterioro de las libertades básicas de las naciones más débiles a causa de diferencias ideológicas (Cf. 173).
- Y como propone la Carta de las Naciones Unidas, verdadera norma jurídica fundamental, hay que garantizar la negociación y el arbitraje entre las partes. Para conseguir el ideal de la fraternidad universal que se busca nunca debemos olvidar que la justicia es el requisito indispensable (Cf. 173).
Dar voz a las naciones más pobres
- En la actualidad, el panorama mundial presenta muchos falsos derechos y grandes sectores indefensos, víctimas más bien de un mal ejercicio del poder (Cf. Ft 171).
- En Fratelli tutti se reclama un ordenamiento jurídico, político y económico a nivel mundial que favorezca la colaboración internacional para el desarrollo solidario de todos los pueblos. Lo que beneficiará a todo el planeta, anticipa el Pontífice, porque la ayuda al desarrollo de los países pobres implica la creación de riqueza para todos (Cf. Ft 138).
- Esto supone dar voz a las naciones más pobres en las decisiones comunes y procurar incentivar el acceso al mercado internacional de los países lastrados por la pobreza y el subdesarrollo (Cf. Ft 138).
- En definitiva, hay que hacer un llamamiento a los artífices de la política internacional y de la economía mundial para que se comprometan seriamente en difundir la cultura de la tolerancia, de la convivencia y de la paz. Para que cuanto antes se pongan manos a la obra y detener ya tanto derramamiento de sangre inocente. Para que reaccionen a tiempo y corrijan inmediatamente el rumbo cuando una determinada política siembra el odio o el miedo hacia otras naciones en nombre del bien del propio país. (Cf. Ft 192).
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