La encíclica del papa Francisco Fratelli tutti llama a ser parte activa en la rehabilitación de las sociedades heridas, que al ser arrastradas por el determinismo o fatalismo pretenden justificar la indiferencia. Desentenderse de los demás es frecuente en nuestros días, lo que fomenta una exclusión a la que gran parte de la sociedad mira con indiferencia.

El Santo Padre destaca en el documento que para un cristiano no es “todos debemos ser iguales”. Todos somos iguales porque todos somos hijos e hijas de un mismo Padre. Esta igualdad es la fuente de la irrenunciable dignidad de todo ser humano. Y las implicaciones concretas de esta común dignidad es la que expone la encíclica.

El amor sabe de compasión y de dignidad. El amor rompe cadenas y tiende puentes. Al amor no le importa si el hermano herido es de aquí o de allá…

La cuarta semana de recorrido por la encíclica se detiene en la parábola del ‘Buen samaritano’.

Índice
Ser el buen samaritano

«Todos somos o hemos sido como estos personajes: todos tenemos algo de herido, algo de salteador, algo de los que pasan de largo y algo del buen samaritano.

Cuando se ama no se mira si el hermano herido o necesitado es de aquí o es de allá. El amor rompe las cadenas que nos aíslan y separan, tendiendo puentes.

El amor permite construir una gran familia donde todos podemos sentirnos en casa. Es un amor que sabe de compasión y de dignidad.

El buen samaritano nos invita a renovar nuestra vocación de ciudadanos del propio país y del mundo entero, constructores de un nuevo vínculo social.

La parábola del buen samaritano orienta al hombre para que la sociedad se encamine a la consecución del bien común, reconstruyendo una y otra vez su orden político y social, su tejido de relaciones, su proyecto humano.

La existencia de cada uno de nosotros está ligada a la de los demás: la vida no es tiempo que pasa, sino tiempo de encuentro.

Para reconstruir este mundo que nos duele, ante tanto dolor, ante tanta herida, la única salida es ser como el buen samaritano. No hay otra opción que compadecerse del dolor del hombre herido en el camino.

Se puede rehacer una comunidad a partir de hombres y mujeres, que se hacen prójimos, que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una sociedad de exclusión.

Dios confía en lo mejor del espíritu humano y le alienta a que se adhiera al amor, reintegre al dolido y construya una sociedad digna de tal nombre.

Cuidemos la fragilidad de cada hombre, de cada mujer, de cada niño y de cada anciano, con esa actitud solidaria y atenta, la actitud de proximidad del buen samaritano.

El amor al prójimo es realista y no desperdicia nada que sea necesario para una transformación de la historia que beneficie a los últimos».

 

En medio de la oscuridad que estamos viviendo en nuestros días, el Papa busca luz en la parábola del buen samaritano. Esta parábola nos la enseñó Jesús hace dos mil años, pero hoy sigue interpelando a las personas de buena voluntad, más allá de sus convicciones religiosas.

¿Quién es el prójimo? Jesús pone el ejemplo del buen samaritano. Otros pasaron de largo, pero él paró conmovido al ver en el camino a un hombre herido. Se acercó, vendó y curó sus heridas. Atendió sus necesidades y lo trató con misericordia.

Hoy Jesús nos sigue diciendo que tenemos que ir y hacer lo mismo con los hombres de nuestro tiempo.

.

Cada vez hay más heridos

  • Hoy, y cada vez más, hay heridos. Cada día nos enfrentamos a la opción de ser buenos samaritanos o ser viajantes indiferentes que pasan de largo. Si cada uno mira en su propia historia podrá reconocerse en los personajes de la parábola: todos tenemos algo de herido, algo de los que pasan de largo y algo del buen samaritano. En nuestro recorrido diario siempre encontraremos a una persona herida, postrada en nuestro camino, que precisa de nuestra fraternidad humana (Cf. Ft 69).
  • Por eso el Papa va más allá. Si vemos a la persona herida con amor no vamos a considerar si el hermano herido es de aquí o es de allá. El amor es el que rompe las cadenas que nos aíslan y separan, tendiendo puentes. El amor nos permite construir una gran familia donde todos podamos sentirnos en casa. El amor sabe de compasión y de dignidad (Cf. Ft 62).
  • La propuesta es hacerse presentes ante el que necesita ayuda, sin importar si es parte del propio círculo de pertenencia. La propuesta es que demos a nuestra capacidad de amar una dimensión universal, capaz de traspasar todos los prejuicios, todas las barreras históricas o culturales, todos los intereses mezquinos (Cf. Ft 81 y 83).

Miremos el modelo del buen samaritano

  • Todos estamos muy concentrados en nuestras propias necesidades. Ver a alguien sufriendo nos molesta, nos perturba, porque no queremos perder nuestro tiempo por culpa de los problemas ajenos. Estos son síntomas de una sociedad enferma, porque busca construirse de espaldas al dolor. No caigamos en esa miseria. Siguiendo el modelo del buen samaritano. Él, con sus gestos, reflejó que la existencia de cada uno de nosotros está ligada a la de los demás: la vida no es tiempo que pasa, sino tiempo de encuentro. Seamos constructores de un nuevo vínculo social, revivamos nuestra vocación de ciudadanos capaces de iniciar y generar nuevos procesos y transformaciones (Cf. Ft 65-66 y 77).
  • Es posible comenzar de abajo y de a uno, pugnar por lo más concreto y local, hasta el último rincón de la patria y del mundo. Sin olvidar que la existencia de cada uno de nosotros está ligada a la de los demás: la vida no es tiempo que pasa, sino tiempo de encuentro. Estamos invitados a convocar y encontrarnos en un “nosotros” que sea más fuerte que la suma de pequeñas individualidades. El todo es más que la parte, y también es más que la mera suma de ellas (Cf. Ft 66 y 78).

Sin esperar nada a cambio

  • La entrega y la generosidad no debe esperar nada a cambio; ni reconocimientos ni gratitudes. Para el buen samaritano, la entrega al servicio fue su satisfacción frente a su Dios y a su vida, y por eso, un deber. Todos tenemos responsabilidad sobre el herido que es el pueblo mismo y todos los pueblos de la tierra. Cualquier otra opción termina o bien al lado de los salteadores o bien al lado de los que pasan de largo, sin compadecerse del dolor del hombre herido en el camino (Cf. Ft 67 y 79).
  • La historia del buen samaritano se repite: se torna cada vez más visible que la desidia social y política hace de muchos lugares de nuestro mundo un camino desolado, donde las disputas internas e internacionales y los saqueos de oportunidades dejan a tantos marginados, tirados a un costado del camino. Sin embargo, Jesús confía en lo mejor del espíritu humano y con la parábola lo alienta a que se adhiera al amor, reintegre al dolido y construya una sociedad digna de tal nombre (Cf. Ft 71).
  • En su parábola, Jesús no plantea vías alternativas, como ¿Qué hubiera sido de aquel malherido o del que lo ayudó, si la ira o la sed de venganza hubieran ganado espacio en sus corazones? Él confía en lo mejor del espíritu humano y con la parábola lo alienta a que se adhiera al amor, reintegre al dolido y construya una sociedad digna de tal nombre. (Cf. Ft 71). Una sociedad que huya del desencanto y de la desesperanza no dejándose engañar por el “todo está mal” y “nadie puede arreglarlo” (Cf. Ft 75).

Quitarse las máscaras

  • El papa Francisco es contundente al escribir que solo hay dos tipos de personas: las que se hacen cargo del dolor y las que pasan de largo. Nuestras múltiples máscaras, nuestras etiquetas y nuestros disfraces se caen: es la hora de la verdad. ¿Nos inclinaremos para tocar y curar las heridas de los otros? ¿Nos inclinaremos para cargarnos al hombro unos a otros? (Cf. Ft 70).
  • Este es el desafío presente, al que no hemos de tenerle miedo. En los momentos de crisis la opción se vuelve acuciante: podríamos decir que, en este momento, todo el que no es salteador o todo el que no pasa de largo, o bien está herido o está poniendo sobre sus hombros a algún herido (Cf. Ft 70).
  • El samaritano del camino se fue sin esperar reconocimientos ni gratitudes. La entrega al servicio era la gran satisfacción frente a su Dios y a su vida, y por eso, un deber. Todos tenemos responsabilidad sobre el herido que es el pueblo mismo y todos los pueblos de la tierra. Cuidemos la fragilidad de cada hombre, de cada mujer, de cada niño y de cada anciano, con esa actitud solidaria y atenta, la actitud de proximidad del buen samaritano. La propuesta es la de hacerse presentes ante el que necesita ayuda, sin importar si es parte del propio círculo de pertenencia (Cf. Ft 79-81).
  • Para ello es importante que la catequesis y la predicación incluyan de modo más directo y claro el sentido social de la existencia, la dimensión fraterna de la espiritualidad, la convicción sobre la inalienable dignidad de cada persona y las motivaciones para amar y acoger a todos (Cf. Ft 86).